martes, 3 de noviembre de 2015

EL LEGADO DE PABLO ESCOBAR Y DEL M19


Siempre me negué a ver las series de televisión o las películas que le hicieran fiesta y bombo a la cultura del narcotráfico de nuestro país; debido a esto me privé de muchas conversaciones en torno a ellas.  Esta decisión la tomé porque, como muchos colombianos, viví de cerca la violencia del más temible narcotraficante visto hasta ese momento, Pablo Escobar Gaviria, y no tenia deseos de ver nada que le hiciera apología, ni a este personaje ni a su estilo de vida.

Cuando era apenas una adolescente, me fui a estudiar a Bogotá. Mis padres, preocupados por mi seguridad, me enviaron a una residencia del Opus Dei, donde viví con muchas universitarias, una de ellas la hija del Coronel Valdemar Franklyn Quintero, quien en ese momento era el Comandante de la Policía de Medellín.

Para quienes no lo recuerdan, en ese momento Pablo Escobar le tenía precio a las cabezas de todos los policías de Colombia, y el padre de mi amiga fue uno de los asesinados por él. Todavía recuerdo con terror los gritos de mi amiga el día que la llamaron para decirle que su padre había muerto. Fue el mismo día del magnicidio de Luis Carlos Galán Sarmiento, infeliz coincidencia que ha llevado al olvido la muerte de este héroe de la Patria.

Durante ese semestre en 1989, Pablo Escobar puso bombas en El Espectador, en el Das, en un avión de Avianca… fueron muchos días de tener que despertar con los estruendos de sus bombas.

Hace unas semanas me recomendaron que viera la serie Narcos en Netflix. Yendo contra el propósito que me hice, decidí verla y tengo que confesar que quedé enganchada, porque por un lado dejaron de lado la apología del delito,  mostrando a un Escobar psicópata, como era en vida real, y por otro me respondieron preguntas que hace años rondaban por mi cabeza y que a su vez originaron nuevas preguntas.

Cuando terminé de ver el último capítulo de la temporada me propuse establecer qué tanto de lo que allí se contaba era realidad y qué tanto era ficción, la que por razones obvias es utilizada en estas series para propósitos dramáticos (no porque nuestra historia requiriese de más drama).

En esa búsqueda, di con algunos videos en YouTube del jefe de sicarios de Escobar, Jhon Jairo Velásquez Vásquez, alias Popeye.  Él, para los que no estén al tanto, participó, según sus propias palabras,  en casi 300 homicidios directamente e indirectamente en más de 3.000; acompañó al capo en su reclusión de lujo en la Cárcel la Catedral,  en su fuga,  y finalmente se entregó a la justicia colombiana, que le impuso una pena de 23 años y tres meses de prisión.

Popeye tiene la particularidad de decir sus verdades, sin preámbulos, sin adornos y sin azúcar.  Contesta las preguntas como si fuera una persona sentenciada a muerte.

Noté que con todo y su disposición de hablar la verdad, hay muchos temas interesantes que quedan en el aire, unos porque probablemente aún quiere mantener asuntos en secreto para sacar a la luz a su debido momento y otros, respecto de los cuales  los periodistas no están  dispuestos a preguntar, tal vez por temor a las respuestas.
Por esa razón, decidí contactar a Popeye directamente. Le escribí a su correo electrónico proporcionado en su perfil de YouTube.

Mi primer correo fue corto, sin muchos preámbulos. Con un  encabezado que decía “Pregunta sobre el Palacio de Justicia”;  le pregunté si había sido  el M-19 o Pablo Escobar quién había tenido la iniciativa para tomarse el Palacio.
 
Cuando lo envié pensé para mis adentros que no contestaría, por los centenares de correos que debe recibir al día. Para mi sorpresa, minutos después recibí una respuesta: “La iniciativa fue del M-19… Pablo propuso que se tomaran el Congreso de la República, siempre decía, “las verdaderas ratas están allá”, y lo decía con absoluto conocimiento, él había estado reunido con ellos” (sic).

Con esta respuesta  cayó el primer mito que tenía, pero daba lugar a manifestarle esto: Todos dicen que fue Escobar porque estaba interesado en que se destruyeran sus archivos guardados en Palacio. Me respondió: “Es solo especulaciones de la prensa, Escobar no le interesaba quemar archivos, al igual se los volvían a hacer. A él lo que le interesaba era menguar la resistencia del estado, y ponerlo a sus órdenes…. Le digo algo más… el en Medellín escondió a los líderes del M-19…. Se lo digo porque lo se…. No me atrevo a decir nada que no ajuste a la verdad...” (sic).

Esa frase, “a él lo que le interesaba era menguar la resistencia del estado y ponerlo a sus órdenes” me motivó a escribir esta columna.
  
Pablo Escobar logró en su momento, a través de la violencia, arrodillar a todo un país para lograr una reforma constitucional que acabara con la extradición.  Hoy las FARC hacen lo mismo a través de sus crímenes  por todos conocidos. Lo inexplicable para millones de colombianos es que una guerrilla que ya exhalaba su último suspiro lograra arrodillar al gobierno de Juan Manuel Santos, que se doblegó concediéndole beneficios insostenibles ante la ley penal internacional,  y no solo eso, sino que de nuevo está el país ad-portas de una reforma constitucional.

La diferencia entre  esta reforma y la de 1991 es que esta no tiene como objetivo acabar con la extradición,  sino  refrendar acuerdos que hasta ahora se niegan a revelar.  ¿Qué me preocupa? Que estos acuerdos se hacen con el beneplácito y  el aval de regímenes como Cuba y Venezuela donde la democracia es inexistente. La única conclusión lógica es que van a implementar en Colombia su mismo modelo socio económico (si no, ¿a cambio de que lo hacen?).

Esta conducta del gobierno de  negociar  mientras le apuntan con un arma, es una lección que rápidamente aprenden los otros grupos que desean obtener la impunidad para sus delitos.  Por eso vimos cómo,  a días de una reunión exploratoria en Quito, el ELN asesinó a doce soldados y secuestró a otros dos en Boyacá, un día después de las “elecciones más pacificas de nuestra historia”.

Si, el legado de Pablo Escobar y del M-19 vive.

Ana María Abello

2 comentarios:

  1. Excelente escrito Ana María, se plasma de manera clara y concisa cómo un país tan violento como el nuestro va de mal en peor; de c*** pal' estanco, como reza el adagio popular. Hace unos días veía "Colombia, magia salvaje" y emocionado por la belleza física de nuestro país, concluía: "lastimosamente tenemos la peor gente"...

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